Sunday 18 de May de 2025
ARMAS | Ayer 17:00

Malditas fallas que hacen funcionar mal tu arma

Cuál es el origen de los inconvenientes más frecuentes en pistolas y revólveres. Cómo solucionarlos. En qué incide la munición. Qué sucede si se dispara bajo el agua.
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Todos en algún momento padecimos un percance con nuestras armas de fuego cuando las fuimos a disparar: justo se trabaron o dejaron de funcionar adecuadamente de manera momentánea o permanente. ¿Por qué? 


Todos sabemos que el arma de fuego, por ser una máquina térmica al igual que otras semejantes como el motor de combustión interna de los automotores, es susceptible de tener problemas o averías. Estas fallas pueden originarse por factores ajenos al arma (extrínsecos), como el exceso de suciedad existente en el ambiente donde se la emplea (barro, tierra, arena, etc.), una mala técnica de empuñe tal cual sucede en las pistolas semiautomáticas, problemas en la munición adquirida o bien por razones intrínsecas relativas al arma. Estas interrupciones, en general, pueden resolverse de manera más o menos sencilla e inmediata, mientras que los problemas producidos por desperfectos mecánicos pueden ocasionar interrupciones o roturas permanentes.

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En general, las fallas producidas por factores externos podemos subsanarlas de la siguiente manera: en primer lugar, realizar una limpieza profunda del arma y su cargador para evitar trabas por acumulación de suciedad. Luego, al momento de elegir la munición, observar que sea nueva, sin manchas aparentes en la vaina (como signo de humedad), que no tenga marcas longitudinales, golpes en la bala, deformaciones, etc. Todo ello a fin de asegurarnos que no sean cartuchos viejos, que estuvieron mal guardados, o en condiciones ambientales adversas o extremas, en especial lo que respecta a la humedad.


Si bien las opiniones son diversas,  no recomiendo el uso de recarga para quien efectúa mensualmente pocos disparos, y mucho menos para aquellos que puedan encontrarse en situaciones posibles de legítima defensa en la calle o dentro de un domicilio particular, donde existe un riesgo inminente y por lo tanto nuestra arma no puede fallar. La recarga es una alternativa para aquellos que efectúan muchos disparos deportivos dentro de un polígono de tiro o emplean sus armas en situaciones controladas, donde no existe un posible riesgo de vida. 


Para los otros casos, lo conveniente es usar cartuchos nuevos y de fábrica que -preferentemente y de manera ideal- no superen los 5 años de antigüedad. Es cierto también que hay munición de más 30, 40, 50 años que tiene la capacidad de ser disparada y podría perfectamente no fallar, pero dicha situación debe considerarse como una excepción y no la regla general, por lo que esa munición debe de ser empleada sólo para tiro recreativo o deportivo (fuera lógicamente de una competencia).

Selección del cartucho

Respecto de la munición, concretamente hay que fijarse cuál es la que alimenta y funciona mejor en nuestra arma, ya que muchas veces los fallos pueden acontecer por diferencias de diseño en los distintos componentes mecánicos, como es el caso de algunas rampas de alimentación, en pistolas semiautomáticas, pistolas ametralladoras o fusiles de asalto. Esto es importante tenerlo en cuenta porque las diferentes balas -debido a su composición, formato y medidas- pueden no alimentar correctamente algunas armas, como es el caso de los cartuchos 9x19 mm encamisados de bala troncocónica de 147 grains respecto a su semejante de 124 grains NATO, lo que genera fallos temporales en sistemas operativos automáticos.  

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Otro factor muy común que origina trabas o fallas en las pistolas semiautomáticas es realizar un agarre débil y mal posicionado. Esto quiere decir que el arco de la mano que empuña el arma debe estar perfectamente apoyado en la curva de lo que se denomina la cola de castor, para así minimizar (por una cuestión de palanca) el relevo-retroceso generado por el disparo y, a su vez, contribuir al trabajo que efectúa el resorte recuperador de corredera durante el ciclo correcto de carga y descarga.


También hay otros factores mecánicos que pueden influir en el funcionamiento del arma de fuego, como el desgaste prematuro de algunas piezas y componentes, o una construcción barata, deficiente o mal calculada. Estos problemas pueden generar en el mejor de los casos desajustes e interrupciones intermitentes y, en la peor de las situaciones, roturas o explosiones que pueden afectar al arma o al tirador.
Algunas de estas roturas o eventuales explosiones pueden producirse por las altas presiones que generan los cartuchos con excesiva carga, o por un incorrecto ajuste del cierre (crimp) entre la bala y la vaina (muy ajustado o fuera de medida). Pero también puede ser debido a un material de construcción de baja calidad o un tratamiento térmico deficiente de las recámaras, el block de cierre o el cajón de mecanismos, por ejemplo.

Interrupción por desgaste

En  las armas automáticas y semiautomáticas existe un desgaste de componentes, anomalías y roturas que no generan más peligro que la interrupción del ciclo de disparo y de alimentación, pero que potencialmente nos dejan frente a un riesgo real en el caso concreto de un enfrentamiento armado.

El desgaste anormal de las guías de corredera, por ejemplo, genera desplazamiento cruzado y traba; la rotura de la aguja percutora, falta de percusión; la rotura de la uña extractora, falla en la extracción;  la rotura del eyector, falla de expulsión; la dilatación de la recámara impide la extracción rápida de la vaina; la fatiga del resorte recuperador de corredera, la interrupción del ciclo de carga y descarga; una fatiga del resorte de cargador, la falta de fuerza para elevar los cartuchos;  la deformación en los labios del cargador, la falta de alineación de los cartuchos y su traba en el desplazamiento); la rotura o fatiga del muelle o resorte real, y/o la rotura del fiador, resultará en una interrupción permanente del sistema de disparo. Y así podemos continuar con varias fallas más. 

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Cuando en las pistolas disparamos cartuchos por encima de los límites de las tolerancias de presión permitidas, se puede generar dilatación o explosión de la recámara o rotura de la corredera en su parte más débil. Si se tratara de revólveres, pueden trabarse o provocar interrupciones temporarias o permanentes según sea el caso. Uno de ellos puede ser la dilatación de los alvéolos que, a su vez, genera deficiente extracción de las vainas.

Otros: el desgaste o rotura del diente impulsor (encargado de hacerlo girar), la dilatación o rotura del puente del armazón, un eventual desajuste y movimiento de la tapa o platina que cubre el cajón de mecanismos, y hasta la rotura de la traba del tambor o el desgate de su alojamiento, lo cual provoca falta de alineación y de-sajuste axial entre el tambor y el cañón.  


Esto último es muy importante ya que el proyectil, al desprenderse de la vaina y moverse en vuelo libre hacia la porción que separa los alvéolos del inicio del cañón, puede entrar cruzado o impactar en el borde del cono de forzamiento, agrietándolo o, lo que es peor aún, impactándolo violentamente de lleno y provocando una rotura mayor hacia el lado del armazón.  En los modelos más antiguos suele darse la rotura de la aguja percutora, la fatiga del resorte o muelle real y el desgaste o rotura del fiador. En general, los muelles (planos) o los resortes (helicoidales) se fatigan por la acción continua de flexión, tanto en lo referido a expansión como de compresión, y el mayor o menor desgaste estará sujeto o limitado al correcto tratamiento térmico de templado y posterior revenido en horno.

Cómo ver la dilatación

Por último, pero no menos importante, es mencionar que existe una forma más o menos efectiva para detectar y visualizar la eventual dilatación de la recámara en una pistola, un revólver u otra arma de fuego, y que consiste en visualizar el interior del ánima utilizando el reflejo indirecto de luz blanca, lo que permitirá observar de manera detallada que dentro del tubo no existan sombras aisladas que acusen una depresión del metal producto de su deformación por exceso de presión.

Por experiencia, no está de más decir que un cañón puede deformarse, agrietarse o romperse cuando existe una obstrucción importante, como otro proyectil alojado previamente de manera accidental que no logró salir y que luego otro lo intenta empujar en un posterior disparo. La producción de este accidente dependerá del grosor y la calidad de construcción del cañón, además del calibre, la forma y velocidad de desplazamiento del proyectil. 


Fuera de esta circunstancia específica es improbable que un cañón se agriete o explote, aún teniendo en su interior barro, arena, agua o –inclusive- aceite. Y prueba de ello es el uso y maltrato constante que las armas militares reciben en el campo de batalla, y las innumerables pruebas de tormento que reciben cuando son diseñadas y luego probadas de acuerdo a procedimientos, homologación y normas NATO AC 225 –D14, SAAMI/ANSI, CIP y EPVAT, que consisten en diferentes tests como: alternancia de baja temperatura (congelamiento) y alta temperatura extrema; shock térmico; baño de barro y arena; inmersión en agua salada, impacto por caída de altura contra superficies duras, etc. Todas se realizan alternadamente seguidas de disparos continuos para corroborar y asegurar el funcionamiento correcto y normal sin alteraciones ni interrupciones.


Además de estas pruebas de tormento, y teniendo en cuenta estas y otras normas, los fabricantes de armas reconocidos mundialmente diseñan sus cañones con una tolerancia de hasta un 30 % más respecto de las presiones que generan los cartuchos estándar, con lo cual confirman tener un amplio margen de seguridad respecto al límite de elasticidad que puede soportar el acero con el cual fue construido dicho cañón.

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Una probabilidad concreta de que un cañón explote (especialmente cuando es largo) es colocándolo parcialmente en un espejo de agua, por ejemplo, una mitad afuera y la otra adentro, con lo cual al momento de producirse el disparo, el proyectil pasará de una presión tolerable a una mucho mayor (acompañado por los gases de combustión) al momento de alcanzar el agua dentro del cañón, lo que generará una expansión excesiva del ánima e inmediata rotura violenta (este caso específico como muchos otros, lo evalué como perito balístico de la Gendarmería Nacional Argentina).

Pero si, en cambio, efectuamos un disparo con toda el arma sumergida en el agua no tendremos el inconveniente de la probable explosión antes mencionada, debido a que tanto el cartucho como el cañón, al momento de salir el proyectil se encuentran a la misma presión constante. 

Lubricación del cañón

A modo de cierre, quiero aprovechar para señalar que el ánima de un cañón -aún estando lubricada-, puede soportar perfectamente y sin riesgos el paso de uno o varios proyectiles sin dilatarse o explotar como algunos afirman. Ello es debido al límite de seguridad elástico en su fabricación, a la gran viscosidad y poca densidad que poseen los aceites (respecto al agua), y a la posibilidad concreta de fugarse entre los macizos del ánima (bajo relieves) al momento del paso del proyectil.

Por esta misma razón los lubricantes se usan para minimizar la fricción y el desgaste entre superficies metálicas de motores, engranajes, cajas de velocidades, rulemanes, etc. que se mueven a baja o muy alta velocidad, y que en algunos casos poseen un ajuste comparable al generado entre el proyectil y el ánima del cañón. Basta recordar que para tiro deportivo y otras disciplinas los proyectiles son recubiertos con grasa, pinturas o baños electrolíticos, justamente para minimizar la fricción con el ánima y aumentar su vida útil, y no por ello se aumenta la presión que pueda generar eventuales dilataciones o roturas dentro del cañón.

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Darío Raúl Chiviló

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