Esta es su historia:

Así lo pesqué: el surubí atigrado de Esquina
La verdad no recuerdo cuándo fue la primera vez que pesqué en mi vida. A mamá nunca le interesó y a mi hermana Sofi tampoco. Siempre iba a pescar con papá, es nuestra forma de conectarnos, un mundo que sólo él y yo compartíamos. Yo quería aprender todo lo que hacía papá: pescar, cazar, prender fuego para un asado, arreglar cosas en casa, carpintería, etc. ¡Papá sabe de todo! y yo siempre estuve muy atenta a aprender un poco de ese de todo. El hijo varoncito que no tuvo, ¡jaja!

Un surubí de Esquina
A pesar de que era muy chica, siempre disfrute todo el folklore que rodea a la pesca, desde ir a comprar las mojarras (¡cómo me gustaba meter la mano adentro del balde de mojarritas!) armar la caña, elegir la línea, averiguar cuál era el mejor lugar, probar si se pesca mejor anclado o gareteando, prepararte unos buenos mates en la lancha, cortar un salame a media mañana para "picar algo", volver y prender el fueguito para comer un rico asado a orillas del río o la laguna.

Gigantes del Uruguay

Dorado del río Corrientes
A medida que fui creciendo, tanto la pesca, como la caza, se conectaron con algo que tuvo y tiene mucha presencia en mi: la cocina. Adoro cocinar, y ¡comer! obvio... Creo que no hay satisfacción mayor que poder preparar un plato para la familia o amigos, con un pescado que ¡vos mismo sacaste del agua! Hace que uno respete de una forma totalmente diferente lo que come. Pescar para comer, cazar para comer... algo tan primitivo y genuino como eso.

Matungos de San Luis

Coloso de Punta Ñaró
Papá siempre me enseñó que el secreto es hacer todo este tipo de cosas con el mayor de los cuidados. Sabiendo que la naturaleza tiene sus tiempos y debemos respetarlos. Con él también aprendí a amar a los perros, ¡en casa son más malcriados que las personas!, por supuesto cazar me conectó todavía más con ellos. No hay día más feliz para mis perros que el día que vamos al campo. Correr, marcar la perdiz, esperar la orden, traer la presa ¡les encanta! Después preparamos unos ricos escabeches y conservas.

Palometa marplatense

Un hermoso dorado
Cuando fui a estudiar arquitectura a Rosario, tuve la suerte de tener el río Paraná de compañero y siempre hay un amigo con el que preparábamos el equipo de mate y nos íbamos al club de pescadores a tirar la caña, ¡que buenas tardes!

La ilusión se pone en marcha
Mi primer tiro con escopeta no me lo voy a olvidar nunca, era la escopeta de mi abuelo, estábamos en el club de cazadores. Me dieron todas las directivas, me acomodé y disparé al disco, primer tiro errado, segundo tiro ¡acertado! Era tanta la emoción que no me di cuenta que me había acomodado mal la escopeta, al tercer disco ya no pude tirar mas y tenía ¡un moretón en el hombro!

Las gigantes del Strobel
El día que papá me regaló mi primer escopeta (que todavía conservo) las cosas cambiaron, con una culata adaptada a mis medidas y con las protecciones adecuadas ¡es un lujo! No mas moretones para mi, ¡jajaja!
Que buenas tardes pasaba con mis amigos en el campo tirando al disco, creo que no hay nada más divertido, podría pasarme horas, y de hecho eso hacíamos... hasta que se nos terminaban los cartuchos.
Muchas veces pienso, como mujer, que hubiese sido de mi infancia y de mi vida sin anzuelos y cartuchos. Si bien, la igualdad entre hombres y mujeres es cada vez mayor y cada vez se comparten más cosas, creo que es muy importante "animarnos" a hacer lo que el otro hace y dejar de ver ciertas tareas, actividades o hobbies como "cosa de hombres".
Disfruté y disfruto poder compartir con todos ellos, primos, tíos, amigos, mi novio y sobre todo con papá, que no se resignó por no tener su varoncito y me dio la libertad de elegir hacer estas cosas.
No... no me imagino mi vida sin manos congeladas agarrando una caña, sin olor a pólvora y campo, no sería yo, sería otra.
Rocío Pacio
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