A Bahía la presentan como la tierra-madre de Brasil. Es el punto donde comenzó el país, donde radica la esencia del brasileño, un compendio de razas, culturas, religiones e historias que se fundieron con una naturaleza exuberante. Y el centro de todo, aunque esté en la costa, es Salvador de Bahía una metrópolis que se apoya en la mayor costa urbana del país.
Salvador es la capital del estado de Bahía, en el noreste de Brasil, famosa por su arquitectura colonial portuguesa, su cultura afrobrasileña y su agua tropical. Aunque es muy conocida por su Carnaval de blanco, se la puede visitar todo el año ya que tiene un promedio de temperatura de 26 °C. Ideal para pasar unos días de relax en un ambiente siempre positivo, como es la forma de ser de los locales.

Hay mucho para visitar sin salir de la ciudad. En pocos días se puede conocer a fondo una de las capitales más coloridas de Sudamérica. El recorrido comienza en el pequeño Forte de Santa Maria, construido en una elevación de rocas y finalizado en 1635. Si bien es la sede el 6° Regimiento Militar del Ejército brasileño, se puede entrar de manera libre y gratuita a la explanada que conforma su patio de armas. Es inevitable meterse en las almenas que coronan sus cinco extremos e imaginarse un soldado de custodia.
Desde allí se divisa el Fuerte Santo Antônio da Barra, en la playa del mismo nombre, erigido en 1536. Es el hogar del Faro da Barra, en funcionamiento desde 1698 y que marca el inicio de la Bahía de todos los Santos. Sólo hace falta caminar unas pocas cuadras por la costa para llegar: el segundo fuerte se puede visitar pagando de 20 reales (mayores de 60, la mitad, como en toda entidad oficial). Incluso subir hasta el mirador. Pero antes hay que disfrutar de la exhibición de maquetas de barcos históricos y elementos de medición náutica antiguos. Ahora sí, a subir los más de 70 escalones en caracol hasta llegar al “farol” y tener una vista de 360° de los alrededores.
El infaltable Pelourinho
Llegamos al célebre Largo do Pelourinho, donde las iglesias coloniales se suceden y muchos edificios de los primeros tiempos, grandes caserones, se convirtieron en coloridos museos como el de la Misericordia, el Afro-Brasileño y el SENAC: una escuela de cocina típica bahiana a la que se puede ir a comer, además de visitar su exhibición de utensilios domésticos de más de cien años. Y la Fundación Casa de Jorge Amado, que domina esta barranca empedrada, cuya entrada sale 20 reales pero, si hay mucha gente, permiten el ingreso gratuito. Los escalones de esta construcción turquesa de cuatro plantas tienen los nombres de cada libro del autor bahiano; arriba hay fotos familiares, textos y obras artísticas de Jorge que repasan su historia y, al llegar al dormitorio, todos se sorprenden al ver en la cama a Doña Flor y sus dos maridos (simbolizada con una foto de la película protagonizada por Sonia Braga). Todo está puesto de manera muy armónica y en el mirador del último piso se puede descansar en sillones hechos con cubiertas de camión.
El ascensor y el Mercado
Es tiempo de viajar en un ícono de Bahía: el Elevador Lacerda, una construcción art decó ubicada frente al ayuntamiento (en remodelación para ser un hotel cinco estrellas), que conecta la Ciudad Alta con la Baja, ofreciendo vistas espectaculares de la Bahía de Todos los Santos. En segundos bajamos por el ascensor gratuito para conocer el Mercado Modelo y alguno de los museos del área.
El Mercado es un paraíso con 300 tiendas de artesanías locales para elegir souvenires (no son baratos), tanto ropa como alimentos, que culmina con un restaurante en el último piso. Pero además tiene un sótano que muestra la historia fortificada de la ciudad portuaria, con paredes de ladrillo desgastado y una exhibición artística en la Galería Mercado de tres artistas bahianos. Se destaca Lágrimas, compuesta por 15.000 recipientes con agua de mar colgados del techo que forman un caleidoscopio asombroso.
También hay que pasar por la zona desde donde salen las barcazas de pescadores, contigua a la Casa de Yemanjá, su benefactora. Allí, a comienzos de febrero de cada año se celebra su festividad: las mujeres bailan con sus vestidos blancos y tiran flores al mar.
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